3 de octubre de 2012

Esa mirada.

No son esas miradas de deseo. De tu alma pidiéndome más, porque está insatisfecha. No son esas miradas casuales, de mitad de charla, cuando tus pupilas se posan en las mías. No son esas miradas pudorosas de cuando estamos desnudos, ni las miradas dadas cuando terminamos enredados en los brazos del otro. Tampoco las miradas pasajeras y fugaces, rápidas para no ser detectadas ante los demás. Ni siquiera las pispeadas escurridizas acompañadas de sonrisas pícaras.

Es esa mirada, cuando tu semblante está serio. Tu alma desarmada y tus labios cansados. Me mirás, fijo, como diciéndome "estoy cansado, lo único que quiero es paz". Me mirás medio resignado, como examinándome e intentando leer a través de mi. Es una mirada sincera. Quizás lo único sincero que alguna vez obtenga de vos. Estos momentos de unión no fueron muchos (los puedo contar con los dedos de una mano), pero están, pasan.

Y esas son las miradas que me hacen mantenerme ahí, al borde, expectante. Es mi única recompensa, lo único que saco de todo esto y por lo que aún me mantengo en esa situación. Colgada del anhelo, de la ilusión que me dice "Capaz que sí. Capaz, haya algo que esperar".



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